Imagen: Miguel Repiso. |
Cuando tenemos la oportunidad de escuchar o leer tal vez el término revolución, es probable que en muchos la imagen que se les cuaje en la mente sea: violencia, fuego, combates, etc. Mientras que el vocablo reforma, a lo mucho significaría, cambios, transformaciones, menos las representaciones pictóricas de terror que pueden generar en el individuo como en el colectivo, una revolución. Quizá ello se deba a los medios masivos de comunicación o a las historias oscuras y tenebrosas que contaron nuestros abuelos o maestros.
Siendo justos, conscientes e ilustrados, descubriremos por los libros, que los grandes acontecimientos históricos han sido marcados por revoluciones más que por reformas. Pero para poder continuar con esta sencilla explicación, demanda la necesidad de aproximarnos de manera etimológica a ambos vocablos. La palabra “revolución” tiene su origen en el verbo latín revolvere, ‘volver a girar’ (antes de la revolución francesa esta no tenía una connotación social-económica-política que desde entonces goza), como vemos revolución significa voltear, revertir cambiar el estado de cosas o un sistema de pensamiento dominante de modo violento (en la contemplación del pasado implica quebrar con el devenir histórico), por otro lado la expresión reforma, obtiene una connotación netamente particular: Propuesta, proyecto o efectiva realización de una innovación o mejora, en términos prácticos en los que se suele usar puede expresar simplemente: mejora.
La analogía revolución y reforma sería una relación de universal y particular, así colegimos por ejemplo que toda revolución involucra el conjunto total de reformas, mientras que toda reforma no es de ningún modo una revolución, lo cual es por supuesto una correspondencia del tipo inclusiva.
Ahora bien tanto revolución como reforma trascienden la materialidad, por ello se habla de revolución del conocimiento, revolución científica, reforma religiosa o reforma moral. Pero en todo caso siempre están sujetos a cambios materiales, puesto que estos las generan. La revolución francesa por ejemplo, trajo consigo el ascenso del tercer estado (la burguesía), quien modificó la administración del gobierno, expandió el comercio, pero que a su vez impuso una nueva moral (de herencia luterana) y una concepción distinta de los derechos humanos. Del mismo modo la reforma protestante que se inició en Alemania y que se explica en gran parte por las condiciones económicas y sociales desiguales que se vivía en el Sacro Imperio Romano Germánico.
Queda claro entonces hasta aquí que las revoluciones y reformas inmateriales se deben básicamente a modificaciones totales o parciales en el plano objetivo y que ambas difieren por la trascendencia.
Ahora bien los cambios revolucionarios, además de radicales y profundos, y sobre todo traer consecuencias trascendentales, han de percibirse como ya se dijo, súbitos y violentos; una ruptura del orden establecido o una discontinuidad evidente con el estado anterior de las cosas, que afecte de forma decisiva a las estructuras. Si no es así, debería hablarse mejor de una reforma.
Las revoluciones son consecuencia de procesos históricos y de construcciones colectivas, para que una revolución exista es necesario que haya una nueva unión de intereses frente a una vieja unión de estos. Mientras las reformas aunque sean propias de los procesos históricos, no son construcciones colectivas sino de grupo, como la de los partidos políticos, e inclusive del tipo individual, como las dictaduras.
El comunismo desde todo punto de vista es una verdadera concepción revolucionaria, aunque algunos discrepen de ello, los detractores tendrán que aceptar al menos que no es una reforma. La democracia no es una revolución, es una concepción que sobrevive desde la Grecia antigua y que tiene “éxito” en occidente a punta de reformas; el liberalismo en cambio que más se parece al segundo que al primero, no concibe revoluciones, aunque haya nacido de una de ellas. Las tres buscan el bienestar del individuo: el comunismo y la democracia apostando por la intervención, el liberalismo por la eliminación de toda condición.
Finalmente como en toda la historia hay dos caminos para los hombres, cambiar la sociedad por la perenne reforma (alimentada por la paciencia de los de arriba) o la sorprendente revolución (alimentada por la indignación de los de abajo). Si aun hay dudas, recuérdese que su nacimiento fue acompañado del dolor de su madre, que es la expresión violenta de su amor.
Imagen: Miguel Repiso |